La posición internacional de la economía española está experimentando una mejora notable —una tendencia que, de afianzarse con inversiones, reformas y un esfuerzo de contención de la inflación subyacente podría abrir una nueva etapa en nuestro desarrollo—. La manifestación más visible de este cambio es el sorprendente crecimiento de las exportaciones: cuatro de cada diez euros generados por la economía española provienen de la demanda externa, un 20% más que antes de la pandemia, y un 60% por encima del nivel anterior a la crisis financiera.
Un estudio elaborado entre casi 125 empresas de todos los tamaños y sectores económicos del País Vasco muestra que la gran mayoría de las organizaciones vascas tienen perspectivas positivas para su evolución en el ejercicio que ahora comienza.
El año que concluye se ha caracterizado por la coincidencia de dos extraordinarias perturbaciones: un shock de incertidumbre a raíz de las tensiones geopolíticas exacerbadas tras la invasión de Ucrania y una escalada de los precios energéticos, en particular del gas, que no se veía desde la crisis del petróleo. El primero, de orden psicológico, ha empañado las expectativas, un factor crucial (aunque difícil de cuantificar) de las decisiones de inversión y consumo.
Con el final del año comienza la temporada de los balances, en la que florecen los llamados títulos del año. Como el libro, la película o la serie del año, hasta llegar al de persona del año, seleccionada por la revista Time desde hace casi un siglo. Este año ha sido elegido Volodymyr Zelensky, como ya lo fue, en 2007, su antagonista Vladimir Putin.
En los últimos tiempos la crisis internacional de suministros está dando señales de amainar, alejando los peores augurios para el próximo invierno. Los mercados de materias primas, principal factor del actual brote de inflación, han registrado caídas generalizadas de precios. El índice sintético del Banco Mundial de precios energéticos se ha reducido un 11% desde primavera (con datos de octubre versus abril-junio).
Desde que dejamos atrás lo peor de la pandemia, la economía española ha evolucionado al compás del violento shock generado por la crisis energética y de suministros, y de su principal derivada: la inflación. El golpe plantea como primera cuestión si estamos condenados inexorablemente a una recesión. Las señales son todavía confusas.
Aún es pronto para decir que, por fin se ve luz al final del túnel (quizá es otro tren que viene de frente), pero lo cierto es que algunos datos alumbran algo de esperanza. Un invierno más suave y cálido de los pasados está permitiendo que los precios energéticos se hayan mantenido elevados, pero estables en los últimos meses, lo que ha suavizado la curva de la inflación.
Tras el ajuste más abrupto de tipos de interés de la historia del euro, las tendencias de fondo deberían animar al BCE a proceder con mayor gradualidad. Pero eso es solo en principio, ya que en la práctica hay que contar con el caso especial de Alemania.