La pandemia y la reclusión asociada están teniendo unas consecuencias económicas cuyo calado es difícil anticipar, además de las ya estremecedoras evidencias sobre la vida y el bienestar de las personas. Para verificar la severidad de estas últimas no hace falta que esperemos a la difusión de los registros oficiales de contracción del crecimiento económico en el mundo, de las elevadas tasas de mortalidad empresarial, del ascenso del desempleo o del galopante nivel de endeudamiento público y privado.
Y de repente, una nueva oportunidad para una forma distinta de entender la economía. La irrupción del coronavirus, una variable que nadie tenía en sus esquemas, ha desnudado el discurso de quienes creen —¿o creían?— que el mercado sería el bálsamo de Fierabrás, la cura cervantina de todos los males: los Estados han demostrado ser, en última instancia, los últimos diques de contención contra una crisis que pudo haber desencadenado un auténtico terremoto social.
Las empresas guipuzcoanas se están preparando ya para afrontar de la mejor manera posible la nueva etapa de recuperación económica postCOVID-19, que va a estar ligada a la evolución de la pandemia, tanto en lo que se refiere a la consolidación y fortaleza de su actual actividad como a la creación de nuevas unidades de negocio para seguir manteniendo el alto nivel de competitividad que tenían con anterioridad a la epidemia.
Los confinamientos asociados a la pandemia han acelerado algunas tendencias en la actividad empresarial observadas tras la crisis de 2008. El denominador común de todas ellas es la extensión de la digitalización en la dirección de conseguir un mayor conocimiento de las preferencias de los consumidores y organizaciones empresariales más ágiles y flexibles.
Uno de los grandes enigmas del mundo corporativo es por qué las grandes empresas siguen funcionando con principios de gestión obsoletos del siglo XX, cuando hay una alternativa obvia mejor de gestión del siglo XXI, que está produciendo rendimientos financieros y capitalizaciones de mercado sin precedentes.
«La mayoría de las empresas de hoy en día se dirigen sobre la base de sistemas de gestión ‘heredados’ que se han vuelto obsoletos», escribe la profesora del Menlo College, Annika Steiber, en The Silicon Valley Model. Pero, ¿por qué?
La economía española comienza tímidamente a recuperar pulso, transita frágil buscando un rumbo que la dirija y aproxime a un puerto seguro. Es como una pequeña barca que se desplaza en las turbulentas aguas de una tormenta terrible buscando un faro que la guíe. Pero hay todavía demasiado oleaje en el entorno como para reconocer con claridad la ruta que se debe seguir, la dirección que hay que perseguir. Sólo al final veremos cómo y cuándo llegamos a territorio firme.
A crisis brings values to the fore. Though executives were talking urgently about the purpose of business before COVID-19, the topic is even more important now. Organizations across all sectors have a part to play in the shared goal of flattening the disease’s growth curve. At healthcare organizations, of course, employees are aware of their critical role. But the same mentality extends to enterprises of all types.
La asociación empresarial estadounidense Business Roundtable ha sorprendido este verano con una solemne declaración que supone un replanteamiento sustancial sobre los fines de las compañías. La propuesta propugna sustituir el principio que prioriza la obtención de beneficios solo para los accionistas por un propósito mucho más amplio que incluye a los clientes, trabajadores, proveedores, apoyo a la sociedad y la protección del medio ambiente.
Se ha hecho tópica con razón aquella afirmación que formuló Paul Krugman en su libro La era de las expectativas limitadas (1994): "la productividad no es todo, pero en el largo plazo es casi todo. La capacidad de un país para mejorar sus condiciones de vida depende casi enteramente de su habilidad para elevar la producción por trabajador".