Durante muchas décadas, los neurólogos se han estrellado contra un muro que parecía impenetrable. Se le llama barrera hematoencefálica y es una compleja red de vasos sanguíneos y células inmunes que protege al órgano más importante del cuerpo: el cerebro. Esta muralla solo se abre para dejar pasar oxígeno y otros pocos nutrientes, pero es inexpugnable para la mayoría de patógenos, algo esencial para la supervivencia. Esto también tiene un lado malo: prácticamente todos los medicamentos diseñados para curar males cerebrales, incluido el cáncer, no consiguen llegar a su destino.