El pasado diciembre, cuando Adobe renunció a comprar la startup Figma, por la que había acordado pagar 20.000 millones de dólares, lo hizo forzada por objeciones regulatorias surgidas por el hecho de que absorbía un joven competidor ascendente. Muchos lo interpretaron como un repliegue, pero no fue así: resultó un alivio. La consecuente ansiedad de los inversores se ha revelado injustificada, como demuestran los recientes resultados trimestrales y el precio de la acción.