Uno de los recuerdos de mi trayectoria profesional que se han quedado conmigo a vivir es, sin lugar a dudas, aquel en que participé en la selección de la primera mujer que formaría parte del equipo directivo de Maier, la cooperativa en la que trabajaba por aquel entonces. Aquello sucedió en 2001. Hoy, mirado desde 2020, me resulta difícil entender por qué antes ninguna mujer había ocupado un puesto en la dirección de aquella cooperativa1. Venía a ocupar el cargo de directora de sistemas y, por supuesto, aterrizaba en un departamento de hombres.